El demonio de los Andes
- Gonzalo Rats
- Sep 3, 2012
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Mi conquistador favorito no es Lope de Aguirre
“Carvajal: más de treinta años de guerras en Europa, diez en América. Se batió en Ravena y en Pavía. Estuvo en el saqueo de Roma. Peleó junto a Cortés en México y en Perú junto a Francisco Pizarro. Seis veces atravesó la cordillera. En medio de la batalla, se sabe, el gigante arroja el yelmo y la coraza y ofrece el pecho. Come y duerme sobre el caballo”
(Eduardo Galeano, Memorias del Fuego)
Lejos del gigante de Galeano, Carvajal era, según cronista de la época, “de mediana estatura, muy grueso y colorado”, tal vez por el tinto, del que era muy amigo, “tanto que si no tenía a mano el de sevilla tomaba aquel brebaje de los indios más que ningún otro español que se haya visto”. Su resistencia y vigor eran legendarios: con más de ochenta años podía dormir únicamente lo necesario -sin sacarse las armas- a la intemperie después de cabalgar durante días, sin sufrir peligro o fatiga. Guerreó desde Ecuador hasta Bolivia soportando el frío intenso de los Andes y el calor sofocante de los desiertos, asistiendo a una única derrota. También fue un hombre muy cruel, llegó a matar por nimiedades o para mantener la disciplina de sus tropas. Era tan estricto como buen estratega.
Era famoso, además de su gran destreza en el campo de batalla, por su humor cáustico y su locuacidad, ni aún en situaciones adversas perdía su ácido sentido del humor que aplicaba donde se le antojaba, ya sea a la hora de colgar a alguien o en el momento de su propia muerte. “Miraba la vida como una comedia, aunque más de una vez hizo de ella una tragedia. Su ferocidad era proverbial; pero aún sus enemigos le reconocían una gran virtud: la fidelidad. Por eso no fue tolerante con la perfidia de los demás; por eso nunca manifestó compasión con los traidores. Esta constante lealtad, donde semejante virtud era tan rara, rodea de respeto la gran figura de Francisco de Carvajal”.
Pero estamos empezando por el final: nacido en Salamanca en 1464, fue enviado a estudiar a la universidad de dicha ciudad, pero se le dio por la joda y tras unos escándolos públicos, volvió a su casa acompañado de un joven llamado Moreta, una prostituta, una vihuela (guitarra de la época), una mona y una mula. Obviamente lo rajaron de la casa paterna y desheredado se unió al ejército español en 1480.

Saqueo de Roma – May 1527
Por combatir hasta último momento como buen soldado que era, mientras que otros se dedican al saqueo, Carvajal ve que no queda nada de qué apropiarse en la ciudad y entonces se le ocurre llevarse el archivo de uno de los principales notarios de la ciudad. El notario, que no imagina quien podría robarle su archivo, valioso solo para él, hace pesquisas para encontrarlo. Enterado Carvajal, le devuelve los documentos a cambio de un rescate de más de mil ducados.
Con esos mil ducados se embarcó al Nuevo Mundo, pasó por México y en 1536 fue destinado al Perú en auxilio de Francisco Pizarro, que se veía acosado por la rebelión indígena de Manco Inca. Reprimido el alzamiento, fue premiado con una encomienda en la ciudad de Cuzco, donde llegaría a ser alcalde en 1941. Ya por entonces tenía fama de gran soldado.
Luego del asesinato de Francisco Pizarro por Diego de Almagro comenzaron las guerras civiles entre los conquistadores del Perú. Carvajal se mantuvo leal a los Pizarro y por extensión, a la Corona Española. Fue así que el Pacificador Real designado lo nombra Sargento Mayor de las tropas realistas, al mando de la infantería. Se lanzan en la persecución de los almagristas, quienes tienen un nutrido ejército y varios cañones más que ellos. La batalla se dio lugar en la llanura de Chupas y decidiría a los regidores del Perú con todas sus riquezas.

Batalla de Chupas - Sep 1542
Ante los estragos causados por los cañones enemigos, al sargento mayor Carvajal se le ocurre ir a capturarlos, para lo cual se baja de su cabalgadura, se quita el yelmo y la coraza, y se lanza al ataque a pie, alentando a gritos a los suyos, diciéndoles que arriesguen sus cuerpos pues él, por ser gordo, lo arriesga el doble. Esta osada actuación decidió la victoria sobre los almagristas.
Luego de Chupas, regresó al Cuzco con fama de "hombre viejo y claro ingenio, conocedor de las cosas de la guerra y gran habilidad política”. Viéndose rico, decide regresar a España antes de perder todo en disputas inútiles. Era sabido que en virtud de las Nuevas Leyes (destinadas a proteger a los indígenas) las encomiendas de los conquistadores no serían heredadas por sus hijos. Carvajal se presenta ante el gobernador haciéndole saber que retorna a España a descansar (tenía por entonces 80 años) y éste lo envía a Lima, de donde no partía ningún barco. Gonzalo Pizarro, que se sentía legítimo gobernador del Perú, estaba preparando la Gran Rebelión de los Encomenderos (en desacuerdo con las Nuevas Leyes), con el apoyo de la población española del Perú, temerosa de perder a sus esclavos indígenas, y manda a llamar a Carvajal, quien no pudo marcharse y se sentía ligado a los Pizarro. El viejo miró al cielo y dijo "me quedo en Perú, pero juro que mi nombre será recordado".
Es nombrado Maestre de Campo por Gonzalo Pizarro. Aunque ya tenía fama de “mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien no le estuviera bien sujeto”, es en esta etapa que adquiere el mote de “demonio de los Andes”. Incansablemente y muy a pesar de su edad, persigue al ejército del realista Diego Centeno por medio Perú y lo obliga a esconderse un año en una cueva, donde subsiste gracias a la caridad de los indios. Mientras tanto Carvajal va de ciudad en ciudad recolectando por la fuerza colaboraciones a su causa, colgando a los vecinos realistas, saqueando “las cajas del rey, de los difuntos y de los depósitos públicos”.
Sus banderas rezan “El Felicísimo Ejército de la Libertad contra el tirano Diego Centeno”. Las viejas se santiguan apenas oyen su nombre, dicen que tiene algún pacto sobrenatural con el Maligno, pues no se explican sus virtudes y su ferocidad. Su figura infundía terror a todos: sus soldados lo seguían fielmente aunque sufrieran su maltrato y los realistas temían sus venganzas, que eran muy crueles. Pero se mostraba más cruel con los llamados «tejedores», es decir aquellos que militaban en uno y otro bando de acuerdo a las veleidades políticas.
Por esa época Carvajal le aconseja a Gonzalo Pizarro que se libere de las ataduras que aún tenía con la Corona Española y que no espere el fallo a su favor de aquella, que habiendo ido muy lejos, lo mejor sería independizarse. Pizarro, fiel a su educación de caballero, se asustó de tan atrevido consejo. Carvajal fue, políticamente hablando, un hombre que se anticipaba a su época y que presentía aquel axioma del siglo XIX: «a una revolución vencida se la llama motín; a un motín triunfante se le llama revolución: el éxito dicta el nombre».
Al llegar el Pacificador Pedro de la Gasca con la promesa de la revocación de las Nuevas Leyes y amnistía a los rebeldes, las filas de Gonzalo Pizarro decrecen. Carvajal recomienda aceptar la oferta del rey, pero otros consejeros se oponen, entre ellos Diego Vásquez de Cepeda. La opinión de Carvajal es desechada, sin embargo, él sigue fiel a Pizarro.

Batalla de Huarina – Oct 1547
Sólo el tercio (cuerpo de arcabuceros y piqueros) de Carvajal sigue en pie. La caballería de Diego Centeno no puede romper sus filas, intentan rodearlos y atacar por la retaguardia indefensa. Carvajal da un grito y el tercio completo da media vuelta. Los caballos se estrellan contra un muro de lanzas, los que vienen detrás caen bajo el fuego de los arcabuces, los sobrevivientes huyen en desbandada. Gonzalo Pizarro, caído del caballo, todavía no se repone de la impresión de ver una inminente derrota convertida en triunfo. Recorre el campo exclamando: “¡Jesús, qué victoria!, ¡Jesús, qué victoria!”. Centeno huye una vez más.
Aún con la fama de invencible que ostentaba el ejército de Gonzalo Pizarro, tanto más que tenía como maestre de campo al mejor hombre de armas de América, esta significativa victoria no pudo detener el progresivo desbande de la tropa, que se pasa al bando realista buscando el perdón. Carvajal por su parte realiza más de trescientas ejecuciones de desertores o sospechosos de traición.
Desenlace Finalmente ambas fuerzas se encontraron en Jaquijahuana en octubre de 1547, pero más que una batalla, fue una escaramuza breve donde se produjo una enorme desbandada de los ya mermados rebeldes. En esta ocasión, Pizarro, temiendo la intempestividad de Carvajal, designó maestre de campo a Diego Vásquez de Cepeda, aquel que lo aconsejara no aceptar el perdón y el cual es uno de los primeros en traicionarlo.
Conservando su característico humor, Carvajal se puso a canturrear: “Estos mis cabellicos, maire, / uno a uno se los lleva el aire”. Hasta Gonzalo Pizarro se entrega. Carvajal quiere huir pero es capturado por sus propios hombres.

Batalla de Jaquijahuana - Oct 1547 Caído el caballo que montaba, se halló el maestre rodeado de enemigos resueltos a darle muerte; mas lo salvó la oportuna intervención de un capitán. Asombrado, el prisionero le preguntó: -¿Quién es vuesa merced que tanta gracia me hace? -¿No me conoce vuesa merced? -contestó el otro con afabilidad-. Soy Diego Centeno. -¡Por mi santo patrón! -replicó el veterano, aludiendo a la retirada de Charcas y a la batalla de Huarina-, como siempre vi a vuesa merced de espaldas, no le conocí viéndole la cara.
Francisco de Carvajal fue inmediatamente enjuiciado y condenado. Sería arrastrado, colgado, y descuartizado. Su casa demolida y su terreno sembrado con sal. Al leérsele la sentencia contestó: "Basta con matarme".
Momentos finales Un capitán, al que una vez Carvajal quiso hacer ahorcar por sospecharlo traidor, le ofrece lo que pudiera servirle. “Si no puede liberarme entonces vaya, y si no lo ahorqué cuando pude fue porque nunca gusté de matar hombres tan ruines” obtiene por toda respuesta. Un soldado que había sido su asistente, pero que se había pasado al enemigo, le dijo llorando “¡Mi capitán! ¡Le pediría a Dios que lo dejasen con vida y me mataran a mí! Si usted hubiera huído cuando yo lo hice, no estaría en esta situación”. “Hermano Pedro de Tapia -le contestó Carbajal con su acostumbrado sarcasmo-, pues si éramos tan grandes amigos, ¿por qué pecaste contra la amistad y no me diste aviso para que huyéramos juntos?”.
Un mercader, que se quejaba de haber sido arruinado por Carvajal, empezó a insultarlo. Éste se desciñó con toda flema la vaina de la espada, y alargándola al mercader le dijo: -Pues, hermanito, tome a cuenta esta vaina, y no me vengan con más cobranzas: que yo no recuerdo tener otra deuda que cinco maravedíes a una bruja bodegonera de Sevilla, y si no se los pagué fue porque cristianaba el vino y me expuso a un ataque de cólicos y cámaras.
Cuando lo colocaron en un cesto arrastrado por dos mulas para sacarlo al suplicio, soltó una carcajada y se puso a cantar: «¡Qué fortuna! ¡Niño en cuna, viejo en una!; ¡Qué fortuna!» Durante el trayecto, la muchedumbre quería arrebatar al condenado y hacerlo pedazos. Carbajal, haciendo ostentación de valor y sangre fría, dijo: -¡Ea, señores, paso franco! No hay que arremolinarse y dejen hacer justicia.
Y en el momento de su ejecución, el confesor le dice “Repita el Padre Nuestro y el Ave María”, a lo que Carvajal, desafiante hasta el fin y para diversión de hasta sus enemigos, respondió: “Padre nuestro, ave maría”.
Galeano sostiene que al momento de su decapitación le dijo al verdugo "Hermano Juan, ya que somos del oficio, trátame como de sastre a sastre" pero este "privilegio" era reservado para los caballeros. Carvajal fue colgado como un criminal común, la misma muerte que usaba para ofender aún más a los realistas notables que ajusticiaba (en una ocasión para más mofa, habría colgado a tres hidalgos según su rango en las ramas más altas). Una vez descuartizado, su cabeza fue frita en aceite, junto con la de Gonzalo Pizarro y ambas puestas en una pica en la plaza de Lima a perpetuidad.
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