Crónicas del este
- Booze Raider
- Sep 3, 2012
- 16 min read

Impresiones recogidas por Facu Cechinni de su paso por Europa Oriental.
No caí hasta que llegué realmente, la empresa aérea era española y por ende la escala fue en el aeropuerto de barajas, Madrid. Para luego tomar otro vuelo, que tardó unas 3 horas. El aeropuerto de Berlín era realmente chico, hacía mucho frío y era ya de noche. La sensación fue de júbilo, subimos a una camioneta que nos llevó hacia el hotel. Esa misma noche ya estaba dando unas vueltas por Alexander platz, uno de los cuatro centros que tiene Berlín, perteneciente a lo que alguna vez fue la parte oriental. Las rutas son oscuras, el pasto de las veredas está largo en todas partes y todos los edificios son cuadrados rectangulares, monoblocs soviéticos, enormes y macizos, por el centro de la ruta pasan los tranvías. Y ahí estaba, dando unas vueltas por Alexander platz con mis hermanas, buscando un lugar para comer. Había gente de mas o menos mi edad y mas chicos caminando por las calles, la mayoría con botellas de cerveza en las manos. Nos sentamos en un puesto callejero, pedí una salchicha y una cerveza, pero me dieron una salchicha cortada en pedazos, con papas fritas, mostaza y salsa picante. Lentamente se llenó de chicos, no debían tener más de trece años. Cuando empecé a comer, uno de los chicos le dijo algo al dueño del puesto, e inmediatamente empezó a sonar un tema brasilero que suena todo el tiempo acá, cosas de la globalización claro.

Quedé impactado con las edificaciones en Berlín, el cambio entre la parte oriental y occidental es total aun hoy. Pero además de eso, todos los edificios, absolutamente todos, son gigantes y macizos. Quizá por eso cuando llegué y contemplé la puerta de Blandenburg medio me decepcioné, me la imaginaba muchísimo mas grande y magnificente, de todos modos estaba impresionado. Durante los últimos años leí unos cuantos libros sobre la segunda guerra y sobre el bloque soviético. La historia se hacia carne al ver esa puerta y al ver el Reichstag, una estructura enorme, cuadrada, con una cúpula de vidrio en el centro y banderas alemanas ondeando en sus cuatro puntas, temiblemente maciza. Lo mismo me pasó cuando llegué al Checkpoint Charlie, donde podías sacarte unas fotos con unos soldados soviéticos y norteamericanos, en el mismísimo lugar donde hace unos cincuenta años atrás, los tanques de los bloques capitalista y comunista estaban enfrentados a menos de cien metros, dispuestos a disparar, haciendo temblar el orden mundial.
La gente en Berlín es muy solidaria y atenta con los turistas, te veían medio perdido y se acercaban a ayudarte. En un momento, para volver a Alexander Platz, tomamos con mi hermana tren y subte, estábamos perdidos y un hombre de unos setenta años se nos acercó, hablaba ingles y español, estaba vestido con colores muy apagados; bordó y marrón. Tenía anteojos y barba y me sorprendió con su observaciones; sabía bien donde estaba Argentina e hizo un comentario acertado al respecto que en este momento no recuerdo. Mientras hablaba con él me sonreía, era una representación perfecta de ese ciudadano comunista que imaginaba de chico; En la época en que comencé con algunas lecturas rojas, cuando imaginaba al socialismo como un paraíso lleno de intelectuales bien educados, alejados de los vicios y la contaminación de la codicia capitalista, yendo por un camino razonable hacia el verdadero progreso, hacia el futuro justo e igualitario. Una idea por demás ingenua, y propia de un chico que recién comenzaba a querer cambiar el mundo, y que no tenía idea de lo que eran los Gulags y el Estalinismo.

Siguiendo con todo lo que remite al bloque soviético, cabe destacar que la embajada de Rusia sigue siendo “Soviética”. Un edificio enorme para variar, con esculturas de obreros y soldados talladas en sus paredes y martillos y oses por todas partes. Otra embajada que llama mucho la atención es la norteamericana; un edificio cuadrado, macizo, blanco, moderno y rodeado de agentes de seguridad, ahí al lado de la puerta de Brandenburg.
Berlín es una ciudad invadida por museos, podes caminar unas cuadras y te topas con algún museo del holocausto, giras, caminas tres cuadras mas y te encontras con el museo de la Bauhaus, y así. Quise ver expresionismo Alemán, pero pifié y me metí en cualquier lado (En un par de museos me encontré con gente que no hablaba ingles y me tiraron cualquiera) Pero vi un par de Bacons por casualidad, así como dos Warhols originales, que para mi sorpresa me terminaron gustando. Y otra cantidad de fotógrafos y pintores, alguno que otro dejó un gran impacto en mi, a pesar de que no soy un erudito de la pintura ni de la fotografía la verdad. Tomé mucha cerveza: La Alemana está buena, tiene mucho gusto y es bastante fuerte y amarga en general. De todos modos ninguna cerveza vence a la Checa. Por su puesto visité lo que queda del muro (Increíble, estoy junto al muro de Berlín, pensé).
Saliendo de Berlín, fuimos para Dresden. La famosa ciudad ultra bombardeada por los aliados durante la segunda guerra mundial, una especie de venganza estúpida de los ingleses, por los bombardeos nazis en Londres. En Dresden no había ningún objetivo militar y ningún bombardeo fue estratégico. Fueron bombardeos de destrucción total, como en muchísimas ciudades europeas, tanto por parte de los nazis como de los aliados. Lo peculiar de esta ciudad es la cantidad de bombas que se arrojaron. Miles y miles de toneladas que no dejaron prácticamente nada en pie. De todos modos los soviéticos se encargaron de reconstruir la ciudad medieval tal cual era, por ende conocer Dresden es conocer una ciudad medieval que no es medieval. Esto de todos modos sucede con casi todos los edificios antiguos en Europa, están casi todos reconstruidos. Si le sumamos mi negativa al cristianismo y el hecho de que todo testimonio edilicio de esa parte de la historia no son originales, mi interés era poco. Me centré mucho más en la historia, casi viva, del siglo XX. De todos modos la ciudad antigua de Dresden impacta.

Nos vamos para Praga, en micro, rutas europeas por el medio de bosques germanos, hasta cruzar la frontera, donde nadie te para, donde no hay ningún control, seguimos de largo. Antes de llegar a Praga paramos en un pueblito, no recuerdo el nombre, era muy simple, con casas nada ostentosas, un poco más prolijo que algún pueblo del interior de Buenos Aires. La mayoría de la gente tenía huertas en sus parques, visitamos un palacio estatal que funcionaba de museo y que estaba siendo refaccionado: Luego de la caída del comunismo, los descendientes de la familia que poseía este palacio antes de la ocupación soviética intentó, y aun intenta, recuperar el palacio, pero el estado optó por no devolverlo, lo mismo hizo con la mayoría de los campos, que aún pertenecen a éste. En la república checa el partido comunista es el segundo con más influencia, a pesar de que son sobradamente críticos cuando de estalinismo se trata. En el micro venden cerveza a 1 euro, así que desde temprano empiezo a abrir una lata atrás de otra. Finalmente llegamos a Praga, donde el pivo o la cerveza tiene fama de ser la mejor y además de ser más barata que el agua!
Llegando a Praga, pasamos por zonas montañosas, verdes, y lagos celestes. Luego por zonas suburbanas, con edificios estalinistas, todos iguales, hechos con paneles, grises, nada tan novedoso, algo así como las torres de Temperley pero rudimentarias.
Praga es una ciudad que impresiona, la ciudad antigua es una verdadera reliquia medieval, el puente de Carlos (Carlos IV) enorme, empedrado, majestuoso, que cruza el Danubio, está lleno de artistas callejeros y hippies que venden artesanías medio extrañas. Las estatuas y monumentos son todos de dolor y sometimiento. Guerreros clavando espadas y lanzas a otros, resignados y con rostros de dolor. Un soldado mirando hacia el frente y pisando una especie de jaula oscura, si se ve en su interior, están esculpidos varios seres con rostros de dolor, apretados y desesperados. Esto se debe a que la historia de Praga está constituida por varias guerras y cambios de poder que siempre se basaron en la masacre. Las estatuas están ahí, intimidantes, para demostrar que es la fuerza y la brutalidad la que gobierna.
Fue casi un día entero en ciudad antigua, para luego tantear la noche. Las mujeres checas son todas altas, rubias, flacas y garpan, a pesar de que a mi no me van mucho las rubias. Tienen una cara medio particular, que da a entender que son Checas. Para resumir, son todas muy parecidas a Sharapova, la tenista rusa. Era sábado a la noche y mientras tomaba una cerveza atrás de otra (a solo 25 coronas el medio litro, algo así como 1 dólar con 25 centavos) deambulaba por las calles escuchando música y mirando. Finalmente me topé con la mundialmente famosa zona roja, donde podía ver a mujeres semidesnudas bailando en vidrieras, pantallas led con piernas animadas y carteles luminosos en ingles y en checo. Por la calle se me acercaba gente para ofrecerme sexo y marihuana todo el tiempo. Ya luego de vaya a saber cuantas cervezas me metí en un cabaret que llamó mi atención, “WELCOME TO HELL” “it´s free” decía el cartel de neón. Caminando por una alfombra roja en bajada, me topé con una mujer en bailando detrás de una baranda, en topless y con un culo impresionante. Pero era solo parte del camino, así que doblé y seguí de largo hasta toparme con una escalera. Estaba muy borracho, así que es posible que el lugar no quedara tan bajo tierra como lo recuerdo. Pero, si no me equivoco, bajé dos escaleras, hasta que me abrieron una puerta roja y un patovica me preguntó que tenía en el bolso, vio que era una cámara y me dejó pasar como si nada. Desgraciadamente, la cámara se me había quedado sin batería, algo que lamenté mucho en ese momento. Una vez adentro vi a mi izquierda una barra, puertas rojas enfrente mío, y a mi derecha un pasillo larguísimo, con quien sabe cuantas pistas de striptease. Lejos de ser un tugurio, este era un lugar muy limpio, lleno de gente sentada, incluidas parejas, mirando a las chicas desnudarse mientras tomaban cerveza y las prostitutas deambulaban prácticamente en pelotas, saludando , moviendo el culo de un lado a otro, buscando clientes. Me causaba gracia el hecho de que eran todas tan altas que, una vez sentado frente a una pista de streaptease, donde había un show humorístico con un hombre bailando en el caño, vestido con tetas y un culo de goma, las chicas me pasaban por al lado y no podía más que tener su culo en mi cara.
Mas tarde terminé en un club que recién abría, regalaban algunos tragos y había un show extrañísimo, que se basaba en varios actos, donde aparecían algunos sujetos vestidos de manera, digamos, extravagante y bailando danzas, digamos, estrambóticas, algunas chicas haciendo shows gimnásticos, bufones y no sé que mas. Llegando a ese punto estaba totalmente extasiado y borracho, la noche había sido una experiencia única, y no por ser excesiva (solo una cantidad demencial de cerveza checa) si no porque, realmente, la movida nocturna en Praga, poco tenía que ver con cualquier otra cosa que haya experimentado antes. Al otro día me desperté con resaca, sin recordar bien como había vuelto al hotel. Las primeras imágenes que se me presentaban eran la de la entrada de un subte, en la que estaba hablando en ingles con un vagabundo, y la de apurar a un chabón que me dijo que me quería levantar a una amiga de él o algo así.
Me vestí, salí y me tomé el subte para ir a la zona de museos. Tenía que ir de una estación que tenía un nombre como YTDHSSFWEOS a otra que se llamaba algo así como üYtnkúntsz. Pero llegué. Uno de los museos que visite fue el museo checo del comunismo, que me explicó finalmente porque no había ningún monumento o estatua que remitiera al régimen en toda Praga, simplemente los dinamitaron y los destruyeron luego de la revolución de terciopelo. Me costó encontrarlo y eso es porque estaba muy oculto. Irónicamente en una galería en la que solo hay un casino, un Mcdonalds y el museo.

Pero bueno, esto se está haciendo muy largo, cambiemos de paisaje y vayamos a la siguiente parada. Otra vez arriba del micro, otra vez tomando cerveza (si es que hubo alguna pausa) pasando por Eslovaquia, finalmente llegamos a Budapest (Hungría). Arribar de noche a Budapest fue lo mas acertado ya que ésta ciudad está orgullosa de sus luces. Parar en una de las partes mas altas de Buda (Budapest se divide en Buda y Pest por el Danubio) y observar el iluminado paisaje nocturno fue todo un espectáculo eléctrico, difícil de olvidar. Algunos edificios, muy pocos, aún no han sido restaurados desde la segunda guerra mundial, conservan los agujeros a bala y debo decir que tan solo al verlos comencé a sentir el ruido de las ametralladoras, de las bombas y de los fusiles (esto si que es historia viva, pensé).
Después pasé gran parte del tiempo bajo tierra, Budapest es otro claro ejemplo de como el cristianismo se encargó muy bien de destruir toda la historia previa a su existencia. En una librería, después de haber visto unas cuantas iglesias restauradas y estatuas de reyes canonizados, pregunté si tenían en ingles, algún libro de historia previa al cristianismo, quería leer sobre los hunos, pero principalmente sobre los Magiares, que eran tribus de nómades saqueadores y violadores, conocidas y temidas por toda Europa, hasta que Esteban I transformó a Hungría en territorio cristiano. Pero no había nada. Así que a ver la Iglesia de San Esteban (En realidad la iglesia de Esteban, porque este nunca fue canonizado por el Papa) y a centrarse en la historia del siglo XX que es mucho mas interesante.

Como mencioné antes, pasé gran parte del tiempo bajo tierra. Uno de los lugares que mas llamó mi atención, fue un hospital subterráneo y bunker anti nuclear soviético. Al hospital lo construyeron antes de la segunda guerra mundial, está bajo tierra y terminó transformándose en un bunker de diez kilómetros de cuartos y pasillos que primero fue usado por los Nazis, que eran aliados a la fuerza de Hungría, luego de que el partido nazi Húngaro, la Arrow Cross, tomara el poder. Y luego, una vez perdida la guerra, los soviéticos los agrandaron y lo transformaron en refugio anti bombas nucleares. El paseo fue de los mejores, íbamos con unas linternas cuadradas por pasillos oscuros, mientras que una guía nos explicaba en húngaro y luego en Ingles de que iba la cosa. Además había maniquíes de muy buena calidad, emulando a enfermos, heridos y a soldados nazis y de la Arrow Cross en plena acción de táctica. Aparatos de comunicación de principios de siglo. Maniquíes con uniformes de la SS gritando alrededor de un mapa, elementos quirúrgicos, mascaras de gas apiladas en los rincones y jeringas metálicas. El paseo culminó cuando me dejaron mover las bovinas de una alarma de alerta nuclear, a medida que más giraba las bobinas, más fuerte sonaba.
Saliendo del Bunker y luego de estar unas cuantas horas perdido tratando de salir de Buda y llegar a Pest, en un país donde casi nadie habla ingles, con nativos de un temperamento muy particular (si les hablabas en otro idioma que no sea el suyo, se daban media vuelta y se iban) llegué, medio enfermo y afiebrado, al Museo del Terror, un ex edificio de inteligencia de la Arrow Cross durante la segunda guerra mundial y luego de la Policía secreta Soviética, durante el régimen, ubicado en pleno centro de Pest. De estilo clasicista francés, como casi todos los edificios en Pest y en Buenos Aires (La terminal de trenes es una especie de plaza constitución amarilla) que aguarda en la cima un toldo liso y metálico, agujerado con letras del estilo constructivista ruso que decían “Museo Del Terror”. Por dentro el edificio, de tres pisos y dos subsuelos, era un laberinto circular y oscuro, te ibas transportando piso a piso por pasillos con escaleras de mármol y paredes rojas llenas de bustos de Stalin y estatuas de obreros y soldados soviéticos. Cada cuarto era una obra conceptual que iba describiendo cronológicamente todos los horrores de la Hungría Nazi y de la Hungría Soviética: Pantallas con testimonios en blanco y negro de diferentes prisioneros, contando relatos desgarradores de tortura, asesinato y violación, perpetrados dentro de ese edificio. Habitaciones con música metálica y repetitiva, luces tenues y algunas otras habitaciones intactas, despachos de los jerarcas soviéticos, que decidían de manera fría y burocrática, sobre las vidas de los prisioneros que tenían bajo sus pies, en los subsuelos. Una limusina soviética también, como para mostrar con creces el absurdo del comunismo soviético.

Es imposible describir habitación por habitación, ya es impactante el instante en el que entras al museo y te espera un tanque soviético enorme, rodeado por paredes empapeladas por fotos de toda la gente muerta y torturada por el régimen. Uno de los cuartos más impactantes es en el cual se juntaban a comer y deliberar los comandantes de la SS y los jefes de estado de la Arrow Cross. Ubicado en el tercer piso, en la parte central de la habitación aparece una mesa de mármol con platos con simbología nazi, alrededor de la mesa los trajes originales de los jerarcas que gobernaban en ese entonces, de fondo suena música de sintetizador, repetitiva y siniestra. Para colmo yo seguía con fiebre, la garganta se me había secado totalmente y sentía que las piernas se me debilitaban. Seguí por las habitaciones, incluida una que era un laberinto hecho con bloques de jabón, finalmente encontré un baño en un pasillo, entré, tomé agua sin parar y al mirarme al espejo noté que estaba totalmente rojo, con las venas de los ojos reventadas. La sensación era enfermiza y extraña, pero no tanto como lo que me sucedió después: Justo al lado del baño había una celda verde, con una alcantarilla en el centro y unas rejas grises; Yo no suelo querer caer en misticismos ni en ideas esotéricas, pero hacía unos cinco años atrás, en el estudio de un amigo pintor, hice algunos intentos para divertirme y pinté algunos cuadros al óleo. Uno de ellos era esa habitación, el mismo color verde manzana, la alcantarilla en el mismo lugar, ni bien lo vi todo el malestar que sentía desapareció, la única diferencia es que en la celda que yo había pintado años atrás, había un cadáver desfigurado, chorreando sangre que fluía hacia la alcantarilla central.
Seguí caminado, hasta que finalmente llegué al subsuelo. Me meto en un ascensor, las puertas se cierran y en plena oscuridad una pantalla se enciende. Un hombre en blanco y negro describe como limpiaba las celdas de tortura, cuenta un caso en el cual quisieron ahorcar a un hombre para matarlo, pero éste estaba tan deteriorado por la tortura, que el impacto de la caída y la soga le reabrió una herida y dejó un enchastre de sangre, coágulos y pedazos de carne en el piso, asunto que luego él tubo que limpiar. Se termina el testimonio, la pantalla se apaga y las puertas se abren para mostrar pasillos de cemento con puertas de madera a los costados. Agradecí haber leído “Koba el temible” justo antes de viajar, un libro que describe en detalle de que iban las torturas estalinistas, pude entender todos y cada uno de los cuartos, pero creo que ya los sumergí los suficiente en el infierno, y no es necesario seguir. Si quieren saber mas, lean ese libro, es todo verdad, y no me quiero imaginar lo que sería y debe seguir siendo aún, en lugares como Siberia.
Me voy de Hungría, donde disfruté de algunas otras cosas menos densas, como navegar por el Danubio en bote a la noche, y ver nuevamente la incomparable red eléctrica de Budapest iluminar parte de un país que tiene mas de Dos mil años.

El siguiente paraje es Viena, una ciudad que compite punta a punta con Berlín. Es enorme pero repleta de espacios verdes, se respira mucha tranquilidad y mucho ocio. En las plazas hay hamacas paraguayas y en la zona de museos hay patios internos con bares y sillones plásticos, donde puede verse a gente a toda hora tirada, leyendo, juntándose con amigos y tomando algunas cervezas. Las austríacas son en general lindas, muchas parecen Valkirias enormes que te encandilan a las cuatro de la tarde cuando su pelo excesivamente rubio se toca con los rayos del sol. Y los hombres parecen salidos de las publicidades de perfume y de ropa de las revistas que te dan en los aviones, una ciudad ejemplo de belleza europea, esa que se impone en todo el mundo digamos, y sin querer caer en alguna analogía pseudo marxista poco ilustrada, para eso están la infinidad de voceros con morral y pocas luces. Pero volvamos a Austria, detrás de los edificios, al final de la calle, muchas veces pueden verse las colinas verdes que son marca registrada de ese país. La gente es amable con los turistas, pero parece que no los son tanto con los que residen ahí y no son austríacos; Con mi hermana fuimos a una feria de las naciones en una plaza y ella entabló conversación con un nativo de Ghana que estaba estudiando en una de las universidades Vienesas. Quizá fue solo un recurso para levantársela, cosa que intentó hacer, o quizá es verdad. El asunto es que él le contó que en la universidad lo dejaban bastante de lado por ser extranjero y negro y que a pesar de tener un titulo (no recuerdo en que) solo le daban trabajo de limpieza u hotelería. Si esto es cierto, muestra un claro rasgo racista y nacionalista asumido casi sin problemas, claro que mi hermana me lo contó luego de que nos fuimos y no pude investigar ni un poco, hablar con alguien mas en su situación y ver que me decía. De todos modos, y a pesar de que Berlín tiene fama internacional por ser una ciudad sumamente tolerante con toda raza y género, no me sorprende tanto que en Europa persistan este tipo de comportamientos, así como en casi todo el mundo, que ha optado por el racismo para ordenar sus estados y poder seguir cometiendo masacres, que son, en mi opinión, una de las acciones mas importantes para que los estados puedan reafirmar su poder y orden, sobre todo en momentos de debilidad.
Volviendo a lo que nos atañe, en Viena hice algunas visitas turísticas, como la del Palacio Imperial que me sorprendió por las historias que carga, y la Opera de Viena que es famosa en todo el mundo, pero que ediliciamente deja mucho que desear. La historia mas interesante que recopilé del palacio imperial es la de la Emperatriz Isabel de Baviera (Conocida como Sissi) Yo no había visto ninguna película de ella, a pesar de que las hay, pero me sorprendió su historia (Sobre todo cuando mi idea de los emperadores nunca distó mucho de la de unos burócratas aburridos que ocasionalmente ganaban o perdían alguna que otra guerra). La casaron a la fuerza con su primo, el entonces emperador de Austria. Y, en líneas generales, de los cuarenta años que estuvo casada con él, pasó solo cuatro en el palacio cumpliendo con el mandato de tener hijos, y el resto del tiempo viajó “sola” por todo el mundo, yendo bastante en contra de los formalismos machistas y castradores de aquel entonces y parece que viviendo aventuras muy peculiares ya que, por ejemplo, esta emperatriz del 1800 tenía un tatuaje en forma de ancla en uno de sus omóplatos mientras que, en esa época, solo tenían tatuajes los marineros. Hasta su muerte es peculiar, ya que fue en una plaza en Ginebra y en manos de Luigi Lucheni, un anarquista italiano.

Sigo caminando por Viena, entro a algunos museos. Incluida una muestra completa sobre Klimt, en honor al centésimo quincuagésimo aniversario de su muerte. La menciono porque fue la muestra que mas me gustó y llamó la atención, realmente un Klimt original tiene muchísimo mas para decir que cualquier lamina de él que alguna vez haya visto.
Pasando al último día, y para cerrar con esta crónica que seguramente es demasiado larga, me dediqué a pasear por las calles, comí unas salchichas en el barrio bohemio y luego de la quinta o sexta cerveza me tiré en una plaza a hablar con unas austríacas que tenían un buen arsenal etílico. Charlamos y escabiamos hasta llegada la noche, salimos de bares, me invitaron unas cuantas cervezas y hubo un poco de intercambio cultural. Luego, vaya a saber a que hora, ya en un estado deplorable, salí a caminar solo por ahí. Fue la lógica del momento, estaba muy borracho y me dije “Tengo que salir de acá, estoy en Viena, mañana me voy, y estoy adentro de un bar que poco se diferencia de cualquiera que haya visto en Buenos Aires”. Así que caminé por una mega ciudad del primer mundo de noche. No se si era la zona o que, pero la ciudad estaba dormida, pasaban los tranvías vacíos y apenas había algunos autos, era como el fin del mundo más prolijo que había visto. Pero hasta ahí recuerdo, conseguí uno de esos puestos de salchichas de veinticuatro horas y compré dos cervezas mas. Finalmente me tiré en una plaza a contemplar la Iglesia Votiva, que visitaría al otro día, justo antes de irme. En un momento, apoyado en un tronco me dormí para al rato despertarme escuchando, en los auriculares que tenía puestos, las campanas de “ I´ll be saving all my love for you” de Tom Waits. Todavía con media lata de cerveza para tomar contemplé el amanecer detrás de los picos de la Votiva, por alguna razón la letra de ese tema encajaba perfecto en ese momento en el que estaba, irreconociblemente feliz.
Facundo Cechinni Bastos
Fotos: Annabella Escobar
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