Livin' la chancha loca
- el gil de siempre
- Jul 11, 2012
- 8 min read
Desde séptimo grado que viajo en el tren diesel (la chancha le dicen), el Roca vía Varela, y si bien ahora no es ni a palos lo que era antes, todavía sobreviven ciertas particularidades.

Por ejemplo, un gran avance –que también terminó con una cultura entera- fue la eliminación de los estribos. Uno de los gandes placeres de viajar sin boleto lo constituía además viajar sentado en el estribo, sabiendo que estaba terminantemente prohibido, sintiendo el viento en la cara. ¿Quiénes entre los que viajábamos colados no se ha bajado alguna vez al último escalón y cerrado la puerta para escapar al chancho? Esa práctica requería una maestría en contorsionismo, ganada a fuerza de tomar el tren en horas pico.
En las horas donde se viaja como en la India, cuando no entraba más gente en el vagón, todos saben, los estribos iban llenos. En invierno las manos se te congelaban y los cuatro minutos que separan las estaciones se hacían eternos, los brazos la espalda los dedos dolían pero soltarse equivalía a caer en las vías a 80 km por hora. A veces ni siquiera podías agarrarte del tren mismo, entonces abrazabas a la persona de adelante. Un delirio. Y volver desde constitución en el mismo estado es casi suicida: una vez lo hice y me prometí nunca más. Apoyado con las puntas de los dedos de los pies en el último escalón, agarrado como podía con los dedos agarrotados y los brazos entumecidos, el viajecito dura alrededor de treinta minutos con ramas que golpean la nuca y fierros que te pelan los talones. En Temperley sobre el paso bajo nivel de Pavón la cosa se ponía seria: la barandita que oficiaba de medida de seguridad tenía un caño doblado hacia las vías que golpeaba a los incautos. Es que era así, el tren iba escupiendo gente hacia ambos lados, no solo en las horas pico, he visto a uno rodar por el costado de la vía, levantando polvo y todo, con el tren vacío, y el tipo que venía adelante mío frikeó. Los accidentes eran muy comunes, a razón de dos por semana, y me quedo corto, no exagero.
Otras formas de caer a las vías
-un policía federal que fue arrojado de la formación cuando le dijo a dos hermanos que no podían sentarse en el estribo.
-en los tiempos de metropolitano, la seguridad estaba a cargo de SEARCH, propiedad de un ex represor. Los uniformes recordaban seriamente a oficiales de la Wehrmatch y andaban calzados, hacían saltar a los pibes del tren.
-una mujer boliviana que andaba con su hijito a cuestas en hora pico. Los pasajeros se molestaron con ella, comenzaron a insultarla hasta que uno la empujó. Cuando le preguntaron que había hecho, alegó que la mujer era boliviana. Ella y su bebé murieron, no se condenó a nadie por falta de testigos.
-subiendo o bajando mal con el tren en movimiento, otra de las grandes pérdidas. Se adquiría costumbre en eso, una vez vi a un rengo con muletas subirse cuando el tren ya había arrancado y a un vendedor de panchos experimentado hacerse pelota, con panchera y todo.
-en un simple robo. Un conocido quedó tan traumado de una de esas veces, que la siguiente vez que tuvo un episodio violento arriba del tren se tiró solo. Lo increíble fue que no tuvo heridas de gravedad.
-ser arrojado por deporte. Lo vi una vez de madrugada. Unos muchachos graciosos y enormes venían tirando pibes para ver como se hacían mierda. Recuerdo a un gótico que agarraron minutos antes de llegar a la estación y el pobre pibe no se movió hasta que lo tiraron y aterrizó con la cara en el andén.
El otro gran adelanto en la chancha fue la implementación de puertas automáticas, que se cierran cuando el tren está en movimiento. Esto redujo seriamente la tasa de accidentes, como podrán imaginar. Por lo menos los del tren eléctrico ya no nos iban a mirar como a un zoológico rodante cada vez que fuéramos a la par de uno. La contracara resulta ser que entonces los vagones se transforman en latas de sardina apenas ventiladas por las ventanillas. En días cálidos es un fucking sauna, imaginen cien personas apiñadas en un ambiente reducido con calor y humedad. Por eso muchos eligen el furgón. El lumpenaje viaja en tercera clase. Además ahí se puede fumar lo que quieras, mear, (algunos hasta cagan, a juzgar por las pinturas rupestres de las paredes). Una vuelta vi a un tipo igualito a Phillip Seymour Hoffman sentado en el piso fumando un puro y dando cátedra a unos guachines que venían con él. Ahí viajan los mensajeros en bici y los carreros, fumando faso que se comparte con todos, se pone algo de música y nadie para de hablar. Desde el vagón de pasajeros se escuchan los gritos, las carcajadas y las chanzas y se respira el mismo humo que en el vagón. La gente frunce el ceño, lanza miradas reprobadoras al furgón pero no dicen nada. A lo sumo se limitan a cerrar la puerta (si hay) para aislarse un poco de la jaula de las fieras. Eso a la ida.
A la vuelta es un desastre, olor a chivo por doquier, todos transpirados, tomando cerveza aparte del riguroso porro. La birra es una institución, a pesar de los exorbitantes precios (medio litro es más caro que un litro en un kiosko) entonces la gente compra antes de subir para ahorrarse el gasto sin dejar de permitirse el lujo. Unos pibes que venían de zona norte se asombraban de que se tomara y vendiera cerveza arriba del tren. Eso no es nada les dije, en las fiestas venden sidra también.
Las partidas de truco son otra de las instituciones del rápido a plaza. Tuve el dudoso privilegio de ver una mesita armada en uno de los descansos, con un mantel sostenido por piedras y tipos sentados alrededor jugando al truco a los gritos, bebiendo cerveza de bidones de cinco litros. Y tenían dos bidones los hijos de puta.
Si hacemos un estudio sociocultural, podemos ver que los habitantes del tercer y cuarto cordón del conurbano somos en su mayoría cabecitas negras, cosa que se evidencia en el alto consumo de chipá porá, sopa paraguaya y tortilla asada. Es también un indicador el hecho de que un charanguista recaude lo que el imitador de Arjona no puede, con aplausos cerrados, pedidos de temas y algún que otro sapucái.
Otro aspecto pintoresco son los infaltables vendedores ambulantes (aunque no son exclusivos de esta línea). Dejando de lado al desfile interminable de vendedores de cds, pañuelitos, hebillitas, caramelos de menta, etc; tenemos a los bolseros que van a constitución a reabastecerse de porquerías para revender al 400%, y de paso –vamos a generalizar descaradamente- pasar por la villa a... también reabastecerse, ja.
Así se puede ver a un loco en el furgón descolgarse del viaducto que pasa como a quince metros sobre barracas con la bicicleta al hombro (homo aracnidus) frente a la admiración de sus pares que exclaman “mirá como ganó la villa este”. O escuchar a un verdulero ambulante decir que juntaba para la tiza y se volvía, o las estrategias para entrar y salir de la villa por parte de dos bolseros, con la emotiva rememoranza de los buenos bolsos que perdieron en noches de gira, o tal vez peor, escuchar a uno pedirle en voz alta a “diosito” que lo cuide de “la gorra, los giles y los paqueros” cuando apenas baja en consti, como el futbolista que toca el césped y se santigua al entrar a la cancha.
Una de tantas veces
Sábado a la noche de un verano insoportable, subo al último tren vía temperley y un tipo en cueros me pide una moneda. Maldita costumbre de subir por el furgón. No tengo y me siento. El mismo tipo se inclina sobre una chica embarazadísima que finge no escucharlo mientras que su compañero, también en cueros, sostiene las puertas evitando que se cierren. No hay nadie más que nosotros en el vagón, cuando entra uno de seguridad (lo único que le queda del uniforme son los pantalones) al grito de “Eh, trapo, dejá de molestar a la gente. Y vos dejá las puertas”. El molestoso balbucea algo de jefe, no estamos haciendo nada. “¿Ah, no? ¿Te la bancás?” responde el de seguridad mientras se pone en guardia. Tiene los brazos como Popeye. Los agita dos veces frente al titubeo del molestoso y le emboca una piña en la jeta. El molestoso da dos pasos para atrás con cara de susto antes de seguir a su compañero que se baja del tren corriendo. El tren arranca mientras el de seguridad saca la cabeza por la puerta todavía abierta para gritar que son unos putos, que son dos y no se la bancan. Al final suelta las puertas y sigue su ronda guardándose los diarios que encuentra en la mochila flaca que llevaba colgada.
Tiros, líos y cosha golda
-la vez que siendo pendejos fuimos a tirarle piedras al tren que llevaba a la hinchada de Defensa y Justicia, con la policía tirando escopetazos desde las puertas de los vagones, los hinchas saliendo por cada ventana a los gritos y la barra brava de Claypole tirando tiros desde el otro lado de las vía. Corrimos como locos sin tirar una sola piedra.
-la vez que emboscaron a la hinchada de Temperley arriba de la chancha en la estación de Claypole, los pibes salían de la escuela técnica (que está frente a la estación) a tirarle piedras al tren y un limado incendió la locomotora con una bomba molotov.
-una vuelta en el último servicio del sábado a la noche, hubo una pelea en los últimos vagones que se prolongó hasta el andén de Temperley, un flaco sacó un chumbo y como no le disparaba a nadie se lo arrebataron y lo cagaron a bifes.
-un arrebatador que se tiraba del tren cuando ya estaba en marcha, un pasajero lo alcanzó con una patada y aunque llegó a bajarse, cayó de cara al piso.
-otra vez que estábamos sentados en la plazita de la estación y paró un tren, se bajaron los de seguridad y el guarda a esconderse detrás del puesto de diarios, se escucharon tiros en el andén, nosotros nos tiramos detrás de los canteros. Pasado el cachengue el guarda y los de seguridad volvieron al tren y nosotros a nuestros lugares. Ahí me di cuenta de que todo el tiempo tuve la bragueta baja.
-aquella vez que unos flacos con itakas venían saltando los andenes al grito de ¡gendarmería! para robarnos boludeces (posta, a mí me sacaron alfajores de diez y un paquete con tres cigarrillos) y salir corriendo a tirotearse con la policía que venía en el tren que llegaba.
Domingueando
No se cómo serán otros barrios, pero el mío y las estaciones aledañas giran alrededor del tren. Es más, se fundaron con la llegada del tren, llevan los nombres de las estaciones y crecieron en torno a ellas. Tan así es que siempre imaginé a los barrios donde no tienen ferrocarril como lugares olvidados por dios, lejanos, inaccesibles.
En localidades donde tienen un curso de agua cercano, la gente se suele sentar en la orilla los fines de semana a tomar mate. En Claypole no hay río ni montaña ni nada, así que la gente se sienta debajo del bosque de eucaliptos a la vera de las vías, en Calzada y Mármol hacen lo mismo con los paseos y polideportivos que la municipalidad construyó en los viejos terrenos del ferrocarril. Y entre mate y peloteo, ves pasar los trenes de a ratos. Eso que los ingleses llaman Trainspotting, ja.
Comments