Creo en finales felices
- Gonzalo Rats
- Apr 8, 2008
- 7 min read
Cuando no trabajás ni estudiás ni hacés nada todos los días se parecen unos a otros, desfilan todos iguales. Y el tiempo no importa, parece no importar, porque todos los días es lo mismo y mañana va a ser igual que ayer. Así transcurre tu vida hasta que te das cuenta que ya pasaron un par de años que pudieron haber sido los mejores de tu vida y donde no hiciste nada que valga la pena siquiera para contar.

Te encontrás de pronto solo porque tus amigos se recibieron o están por recibirse y no tienen tiempo para andar boludeando o porque trabajan toda la semana y los findes apuntan a lugares más altos que el tuyo porque su bolsillo se los permite o simplemente porque arruinaron definitivamente sus vidas al dejar embarazadas a sus novias, lo cual te horroriza pero en cierta medida te da envidia porque ellos ahora tienen una razón para levantarse todos los días y ni hablar de eso de tener novia. Esa posibilidad es tan remota como la de irse a Ibiza.
Y bueno, masturbación y heavy metal, como dijera Ricardo Iorio, solo que sin heavy.
Para colmo estás en una edad difusa, probablemente seas ya un adulto, eso ni vos lo sabés. Vivís, sentís y te comportás como un adolescente aunque todo el tiempo te estén repitiendo que ya estás grande, que sos un adulto, y si te ponés a hacer cuentas los números más o menos dan. Te das cuenta porque ya no conocés a nadie que siga en la escuela y en ninguna queda nadie que te recuerde. También porque empezás a mirar de otra manera a tus vecinitas, esas que pensaste nunca ibas a mirar y ahora son ellas las que piensan así. Probablemente te darían bola si de vez en cuando te bañaras o por lo menos si te cambiaras de ropa. Ese pantalón ya lleva más de dos semanas puesto y el olor a huevo asoma a tu nariz apenas te sentás y rogás que nadie más lo sienta alrededor. Para qué bañarse, si nadie te tiene que oler, si no tenés que agradarle a nadie. Todas las veces que te bañaste y peinaste no sirvieron de nada. Aparte es gracioso juntar mugre en las diferentes secciones de tu cuerpo. La caspa y la grasa de tu pelo forman una especie de mazapán debajo de tu uñas cuando te rascás la cabeza. Eso sí, por lo menos no tenés tierra debajo de ellas porque sinceramente no hacés un carajo para merecerla.
A veces podés sentir asco y no por andar sucio. El encierro te agobia, te aplasta, dormir ya no hace efecto, la comida es una rutina más. Te parece conocer cada segundo de las últimas cinco horas las cuales llevás preparándote para salir del caparazón y hacer algo que diferencie este día del anterior. Esperás a que oscurezca, ni siquiera vos sabés bien por qué y finalmente te lanzás a las calles. Tu mamá te pregunta si vas a salir y te encarga que compres no se que mierda para la cena. Caminás las pocas cuadras que te separan de tus límites naturales y te das cuenta de que no hay adonde ir. No hay. No importa hacia donde puedas dirigirte, sabés que no hay nada ahí para vos, así que simplemente te dirigís al supermercado, comprás lo que te encargó mamá y volvés a tu casa a sentarte en la pc hasta la hora de la cena. Y eso que te sentaste justo después del almuerzo. Casi nueve horas seis días a la semana de radiación catódica (el presupuesto no da para lcd) .
Los tan esperados fines de semana hacen su aparición abrupta para esfumarse tan rápidamente como aparecen. Apenas saben diferenciarse de los días de semana porque se supone que son más excitantes. Chicos y chicas de todas las latitudes dejan de lado sus rutinas para formar parte en la interminable danza de la seducción que desgraciadamente vos no sabés bailar. Así que llamás a tus amigos y es ahí que te das cuenta que son tan o más deprimentes que vos. Todos tienen problemas existenciales, fobias, depresión o ya hicieron mejores planes que hacerte compañía. Entonces te decidís a salir igual, no importa con quien ni adonde, lo importante es aprovechar el finde al máximo.
El viernes transcurre como cualquier otro día, solo que es especial porque a la noche se arma el descontrol...
Una vez afuera empezás a temer por tu vida. Los grupitos de jóvenes alcoholizados pululan por las calles como las moscas en la mierda, envalentonados por el trago y la manada. Por lo menos se los ve felices en su exaltación. Los policías que dan vueltas buscando potenciales sospechosos constituyen una seria amenaza para un transeúnte nocturno y solitario como vos. No tenés razones para estar nervioso por su presencia pero igualmente lo estás. La idea de que puedan fabricar una causa en tu contra con la arbitrariedad característica de la ley es una de tus peores pesadillas. No querés ni imaginar lo que harían en la cárcel con vos.
Y bueno, ya que estás en la calle de noche y solo ponés cara de malo, escupís el suelo para demostrar que sos tan desagradable como la más vil de las ratas callejeras. Pero la verdad es que rezás por dentro cada vez que en la otra esquina aparece un grupito de gente, temiendo que se dirijan hacia donde estás parado.
Y el colectivo que no viene.
Prendés un cigarrillo -no lo habías hecho antes porque significa una excusa más para que alguien se acerque, pidiendo primero un pucho y después todo lo que tengas- y el bondi por fin aparece. El viaje no es algo particularmente emocionante. Los chicos y chicas que suben acompañados por sus amigos a los gritos y riendo solo consiguen que te sientas mas miserable. Todos parecen tener algún lugar adonde ir y la extraña certeza de saber lo que van a hacer esa misma noche. Algo divertido parece ser.
Cuando llegás a tu destino bajás, prendés el cigarrillo que apagaste antes de subir y empezás a caminar. Una recorrida por todos los lugares no es mala idea aunque siempre morís en el mismo lugar. Es fácil: entrás en un lugar, pedís algo de tomar y te quedás mirando un punto fijo en algún sitio vacío mientras fumás un cigarro tras otro. Cuando te cansás de aparentar que esperás a alguien te levantás y te vas a otro lugar a repetir la secuencia. Observás a la gente. Nadie parece estar solo, y los que lo están de a poco dejan de estarlo. Generalmente te acodás en la barra con una cerveza y le das la espalda a todo el mundo. Bah, en realidad los codos de tu abrigo negro están blancos, gastados de tantas barras porque no sabés hacer otra cosa que pararte ahí y beber hasta que se te acaba la plata y más aún. Hubo un tiempo en que aprendiste a ser sociable para beber gratis, hablando de lo que sea con tal de que la conversación no se diluya y con ella la provisión de alcohol. Escuchaste las historias de tantos desconocidos solitarios como vos y bebiste de sus botellas también.
Demasiado drama, no? Sí, demasiado. La cerveza te hace mear como un caballo y más si te tomaste un litro en media hora. Pasados los treinta minutos la cerveza estará caliente e intomable, además vos no tenés otra cosa que hacer más que tomar y mirar a la gente con gesto indiferente. Sabés que si te movés de tu sitio aunque sea para ir al baño lo vas a perder a manos de cualquiera de los que tratan de abrirse paso a codazos pidiendo un lugarcito. Pero las ganas de mear ganan y tenés que moverte hacia esa instalación de dudosa higiene plagada de merqueros. A veces se arma cola para tomar y tenés que pedir permiso para usar el toilette mientras esquivás monedas cargadas, tarjetas, púas... ofrecimientos amistosos que te dejan intrigado. Siempre se sorprenden con la negativa, como diciendo “vos te lo perdés” y entonces meás con nariguetazos de fondo, rodeado de gente dispuesta a lamer el asqueroso suelo si se les llegara a caer su preciosísima sustancia. Y lo digo en serio. Lamen las bolsitas o los papeles donde viene envuelta la merca cuando se les acaba, se meten los dedos en la nariz buscando restos y se los chupan como si estuvieran comiendo mocos de veinte mangos.
Salís del baño y te encontrás perdido, otra vez sin tener a donde ir. La barra está atestada de gente imposible conseguir una mesa o asiento y tampoco querés a esta altura ya que hay gente por todos lados empujándote y encima tuyo te asfixian te ahogan miran mal se pelean y vos los mirás y todos te miran ahí parado en medio del bar sin saber que hacer. Para colmo divisás gente conocida y entonces te hundís en la marea humana con otra cerveza en la mano tratando de parecer invisible. A veces se siente bien estar con uno mismo, rodeado de tanta gente y a la vez de nadie.
Es ahí cuando una de tus amigas te toma del brazo diciendo “Acá estás! Te estuvimos buscando por todos lados! Nos vamos ¿Venís?” Y te vas con ella y los que llegaron con vos a cagarte de frío en la parada del bondi. Cansado de la noche y de la semana sabiendo que cuando despiertes el domingo va a ser muy corto resacoso y el lunes la semana empieza de vuelta y todos los días son iguales, te levantás desayunás si podés te bañás si tenés ganas salís corriendo a tomar el tren viajás como el orto el trabajo es una mierda siempre salís viajás como el orto otra vez llegás comés boludeás y a dormir. Pareciera que cuando uno trabaja todos los días se parecen calcados unos de otros y esperás el fin de semana para romper con la fucking rutina y resulta que se transforman en una rutina más donde se trata de conseguir algo más excitante cada vez o simplemente algo para hacer y que te de la sensación de que no desperdiciaste otro fin de semana como desperdiciaste esos años de tu vida, todo por qué? Lo sabés pero te da vergüenza admitir que fue por una mina que te dejó pero el recuerdo nunca lo hizo, y ya ni sabés si duele siquiera o qué es lo que más te duele: que ella te haya abandonado o el hecho de saber que arruinaste lo más hermoso que conseguiste en tu vacua vida y que nunca te vas a perdonar por ser tan idiota y por eso te autoboicoteás cada vez que se presenta otra hermosa oportunidad. Tal vez ver sus fantasmas a donde vayas sea suficiente castigo, aunque ella todavía no esté muerta ¿Cuánto hace que no la ves realmente? ¿Dos años? Casi. Son tres desde que te dejó. Te cuesta aceptar que no hay vuelta atrás pero lo hacés.
Prendés el último cigarrillo arrugado, mirás sonriente a tus amigas que no sabés por qué te soportan todavía y extendés la mano para parar el bondi que creés te va a llevar a tu casa.
Epílogo
Despertás de un sueño tranquilo y reparador con algo de resaca, nada grave. No hubo rayo rosa ni revelaciones, nadie te encargó encontrar al Gorrión Rojo. Tampoco te observa el Hermano Grande desde una pantalla, entonces pensás: y ahora qué?
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